Cristina Álvaro Aranda 5
Hikma 24 (2) (2025), 1 - 28
CRIT, 2009; Cabieses et al., 2021). Por otro lado, los programas centrados
en las actitudes promueven la sensibilidad cultural del proveedor sanitario, al
que se invita a reflexionar sobre los constructos de empatía, curiosidad,
respeto, prejuicio, racismo, clasismo o sexismo. Estos aspectos son todavía
más relevantes ante la diversidad cultural. Finalmente, los programas que
inciden en el desarrollo de habilidades parten de una perspectiva intercultural
y comunicativa que permita a los médicos deducir cómo cada paciente
entiende y conceptualiza su enfermedad. Frente a enfoques más
generalistas, se prioriza la adaptación comunicativa y la participación del
paciente para tomar decisiones. Estas propuestas también incluyen saber
trabajar con intérpretes sanitarios (Kripalani et al., 2006).
Desde esta perspectiva, la formación debería adoptar un triple enfoque:
concienciar sobre los marcos de referencia culturales propios, aproximarse a
los esquemas conceptuales del otro y negociar ambas dimensiones
(Cohen-Emerique, 2013). Estos componentes se relacionan con los dominios
afectivo, cognitivo y comportamental (Liu et al., 2021). En consonancia con
esta visión, la bibliografía especializada recoge distintos constructos,
modelos, escalas e instrumentos para la CI, en muchas ocasiones
provenientes del ámbito de la enfermería (véase Cross et al., 1989; Purnell,
2005; Leininger, 2002; Campinha-Bacote, 1991, 2018). Todos ellos coinciden
en que la CI es a la vez proceso y resultado, pues las personas e instituciones
deben progresar hasta poder funcionar en un contexto multi- e intercultural
(Martínez et al., 2006). Esto supone considerar factores que pueden dificultar
la asistencia a pacientes inmigrantes, donde además de la barrera del idioma
entran en juego elementos culturales: concepciones de salud, enfermedad o
curación; relación con el médico, salud mental y de la mujer, prácticas
religiosas, rituales funerarios, alimentación, comunicación de malas noticias
y papel de los familiares, expresión del dolor, uso del lenguaje no verbal,
registro, cantidad y sinceridad de la información, entre otros (Grupo CRIT,
2009).
Sin embargo, una CI sólida no se limita a reconocer las diferencias
culturales, sino que exige el desarrollo de habilidades que permitan integrar
estas variables en una interacción (Martínez et al., 2006). En definitiva, es
fundamental que los conocimientos adquiridos puedan materializarse en una
comunicación clínica efectiva que permita al personal sanitario «hablar,
dialogar y actuar apropiadamente en contexto» (Veliz-Rojas y Bianchetti
Saavedra, 2021, p. 307). Así, el médico debe entender el marco referencial
del usuario y ser capaz de comunicar y negociar sus decisiones desde una
perspectiva culturalmente informada (Anand y Lahiri, 2009). En este sentido,
la concienciación sobre divergencias culturales debe traducirse en un uso
adecuado del lenguaje (Lucena Jiménez y Salvador Jiménez, 2024), que esté