ISSN: 2255
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El reconocimiento del traductor en las ediciones españolas
de Antonio Vieira en el siglo XVII y XVIII
Maria Candida Ferrerira de Almeida
Universidad de los Andes
mferreir@uniandes.edu.co
Fecha de recepción: 21.08.2017
Fecha de aceptación: 30.09.2017
Resumen: Reflexión sobre la figura del traductor a partir de las ediciones españolas
más cuidadas del autor portugués Antonio Vieira, cuya obra —tanto en su lengua
natal como en la traducida— circuló con ímpetu en la España de los siglos XVII y
XVIII. Escribo a partir de publicaciones que avalan el trabajo de los traductores por
parte de los censores, y en aquellas en las cuales aparece la propia voz del
traductor cuando señala las dificultades propias de su labor y su manera de lidiar
con ellas.
Palabras clave: Traducción, Antonio Vieira, traductor, traducción literaria.
The recognition of the translator in the Spanish editions of Antonio
Vieira in the 17th and 18th century
Abstract: Reflection on the figure of the translator from the most careful Spanish
editions of the Portuguese author Antonio Vieira, whose work - both in his native
language and in the translated one - circulated with impetus in Spain of the
seventeenth and eighteenth centuries. I write from publications that support the work
of translators by the censors, and in those in which the translator's own voice
appears when he points out the difficulties inherent in his work and his way of dealing
with them.
Key words: Translation, Antonio Vieria, translator, literary translation.
El estudio de los textos escritos por los censores de las obras
publicadas tras el Concilio de Letrán propicia la reconstrucción de la norma
literaria de una época y del complejo de sus postulados. Los censores eran
la voz más autorizada en cuanto al destino que tendría la obra cuyo autor
deseaba publicar. Como nos cuenta Po-Chia Hsia (2010):
Durante los primeros cincuenta años de vida de la imprenta, la Iglesia
fue la mayor consumidora de libros, pero no por ello dejaba de ser
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consciente de los peligros potenciales que conllevaba aquella
revolución. Los papas Inocencio VIII y Alejandro VI ordenaron al obispo
de Maguncia que ejerciera control sobre los libros y, ya en 1515, el
quinto Concilio de Letrán instauró la censura. (Hsia 2010: 206).
Aunque por lo general se estudia más a los Index instituidos a partir
de ese momento, son las obras que se autorizaron y los motivos que
respaldaron su publicación lo que nos permite reconstruir la literatura de una
época, ya que circularon de manera más vigorosa y formaron el gusto de los
lectores. Así, el conjunto de obras que es objeto de valoración directa
tanto por haber sido considerado por el censor como por su presencia hasta
el presente en las bibliotecas—, nos permite la descripción de la jerarquía
que organiza los valores literarios de esta época.
También en el ámbito seglar los controles fueron rigurosos ya que
“nada más empezar el siglo XVI los Reyes Católicos pusieron un especial
empeño en reglamentar toda la compleja realidad burocrática que iba
tomando el asunto de la edición de los libros y dictaron una legislación
suficiente sobre el tema” (Infantes 2000: 376). Tales reglas fueran recogidas
en leyes, primero para el reino de Castilla y luego para el de Aragón,
territorios en donde se instaura la preceptiva de la censura previa a los
textos, censuras que se encontraban descentralizadas en diferentes
organismos y personas de la administración; mucho tardó este control en
hacerse efectivo, pero a partir de 1558, con pautas claras establecidas por
la Premática sobre la impressión y libros, en cuyas páginas se ven
endurecidas “las medidas legislativas y de control ideológico/doctrinal sobre
los textos, configurando una normativa que llega incluso a afectar a la
disposición externa de los libros, al tener que incorporar tipográficamente
todas las piezas burocráticas y administrativas en sus ‘Preliminares’ y que
durará, con escasas modificaciones, hasta principios del siglo XVIII”.
(Infantes 2000: 376)
Los textos de los censores fueron considerados “extraliterarios” hasta
que autores como Víctor Infantes pensaron que podían hacer parte de la
crítica literaria y comenzaron a estudiarlos de esa manera. Infantes propone
que algunos paratextos de los libros antiguos, publicados a modo piezas
liminares, “deben tenerse en cuenta cuando se intenta explorar los orígenes
de la crítica literaria” (Infantes 2000: 370). Este fue el caso de lo que suele
llamarse “Aprobación” o “Censura”, en el que, si bien cunden las fórmulas
rutinarias, también fue el espacio donde se desarrollaron interesantes
apreciaciones de carácter literario. Este punto de vista sobre las censuras
sigue la proposición del teórico francés Gerard Genette, quien relaciona los
escritos que llama paratextos con los textos que margina y, a la vez,
expande por presentarlos, en el sentido habitual de la palabra, pero también
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en un sentido más fuerte: por darles presencia, por asegurar su existencia
en el mundo. En el caso de este estudio se trata de las censuras y de las
aprobaciones, como también de las dedicatorias que anticipaban la obra
propiamente dicha. Los paratextos configuran así la primera “recepción” del
texto a ser publicado y su consumación bajo la forma, al menos en la
actualidad, de un libro. El paratexto es, al final, lo que permite que un texto
se convierta en libro y se propone como tal a sus lectores, y, dicho de
manera más general, al público.
Lo que es metafórico en Gennette, deja de serlo cuando tomamos la
idea de paratexto para estudiar las aprobaciones producidas por los
censores, obligatorias a partir del Concilio de Letrán; solo con esta primera
lectura de control el manuscrito podría volverse libro, y solo con la fe de
erratas podría ser vendido al público. Dos filtros importantes que podían ser
vacuos y burocráticos, como afirma Infantes, o como pasó en muchas de las
ediciones españolas de Antonio Vieira, se convirtieron en lugar de reflexión
crítica; los autores terminaban usando este espacio para ufanarse delante
de los lectores del autor censurado.
Los censores españoles del siglo XVII cumplieron a cabalidad con su
tarea, tanto en el sentido de controlar las herejías como en el de presentar
el autor al público. Particularizo a los censores españoles frente a los
portugueses, quienes, al menos en las obras de Antonio Vieira, no
profundizaron en su presentación. Fue el propio Vieira quien desempeñó el
rol de censor en una de sus obras, demostrando no solo la fuerza política
del autor, sino también el desdén hacia esa otra función de la censura:
presentar las obras y el autor a un público lector.
Ahora bien, establecida la importancia de los censores y de los
paratextos podemos conocer a partir de sus escritos la relevancia dada a
los traductores. El problema de la traducción en Vieira tiene como vértice la
carta al lector que publicó en su colección portuguesa. Esta edición,
intitulada Sermões, salió a la luz en 1680, en esta carta alerta sobre la
deficiencia de los sermones que circulaban en España. Tras este eventos,
los editores españoles como Gabriel de León y los censores empezaron a
recalcar la calidad de los traductores, y estos mismos también presentaron
sus credenciales y sus problemas en el proceso de traducción.
El contenido de la colección portuguesa ha sido organizado de forma
aleatoria, bajo a lo que llamaron Sermões, cuyo contenido son sermones
varios; también se publicó en dos volúmenes, con sermones dirigidos a la
Virgen, los cuales aparecen bajo el título de Rosa Mystica, partes I y II;
además hay un volumen dedicado exclusivamente a San Francisco Javier y
otro con el título Palabra de Dios empeñada y desempeñada. Vieira había
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prometido editar doce volúmenes. Finalizada en 1748 esta primera edición
de la colección en Portugal, terminó por contar con quince volúmenes, lo
que significa que, además de los libros no previstos, como los de la Rosa
Mystica, fueran incluidos otros por los responsables de su espolio.
En el primer volumen de la colección de quince volúmenes, Vieira
publica una carta al lector en la cual explica las razones que tenía para
editar sus sermones creados para la presentación oral.
Tras la modestia obligada al general de los jesuitas, Juan Pablo Oliva,
quien lo llevó a la empresa de poner en molde todos sus sermones, el
propio predicador pone de relieve la importancia de la traducción:
Sobre estas dos razones acrecentaran otras, para de menos
momento. Y no era la menor de ellas la corrupción con que andan
estampados bajo mi nombre, y traducidos en diferentes lenguas,
muchos sermones, o supuestos totalmente, no siendo míos, o siendo
míos en la substancia, tomados solo de memoria, y por esto informes,
o, finalmente, impresos por copias defectuosas y depravadas, con que,
en todos, o casi todos, vinieran a ser mayores los errores de los que yo
conocí siempre en los propios originales. (Vieira, 1680, Lector”). [El
énfasis con cursivas es mío].
Además, su crítica a las traducciones y a las publicaciones en otras
lenguas es más detallada con respecto a las ediciones españolas. Estas
ediciones empezaron mucho antes de las ediciones portuguesas conocidas;
los primeros libros de los que tenemos registro son de 1660, así que Vieira
trata de un material hartamente conocido y de gran circulación.
La crítica a tales ediciones aparece en una segunda carta intitulada
“De los sermones, que andan impresos con nombre del autor en varias
lenguas, para que se conozca cuáles son propios y legítimos, y cuáles
ajenos y supuestos”. En la carta, además de confirmar o desautorizar la
autoría, Vieira dedica unas líneas a criticar las traducciones. Sobre el primer
libro Sermones de la primera parte impresa en Madrid, o de 1662,
advierte: “Sermón de las llagas de S Francisco, pág. 31. El primer de estos
sermones tienen muchos errores, y el segundo muchos más, por culpa de
los manuscritos, que andan muy viciados, y también de la traducción, que
cambió en algunas partes el verdadero sentido” [el énfasis es mío] y
prosigue su evaluación: Y así en este como en los demás, hay muchas
cosas disminuidas, muchas acrecentadas, muchas cambiadas, ni hablando
en infinitos otros errores, o del texto, o de la traducción, o de la sentencia, y
sentido natural. Vea y combine el sermón de la Sexagésima, que sale en
este volumen, con ser este entre todos lo que se tradujo por ejemplar más
correcto, y con menos defectos”. (Vieira, 1680).
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Vieira concluye con un ataque más a las traducciones de obras suyas
publicadas originalmente en italiano: “Sermón de las Chagas de San
Francisco, en italiano, estampado en Roma, Milán y Venecia. Sermón del
Beato Stanislaw, en italiano, estampado en Roma. Estos dos sermones se
tradujeran en Castilla y Portugal, de verbo ad verbum, es decir, mal, y como
no deberán, por la disonancia de las lenguas” (Vieira 1680). [La traducción
es mía].
Además de estas ediciones en español aprobadas o desautorizadas
por Vieira, tenemos el registro de al menos otras doce ediciones publicadas
antes de estas cartas al lector; no obstante, tales palabras pondrán en
evidencia los tópicos de la autorización y de la calidad de la edición. Muchas
de las ediciones posteriores a 1680 afirman, de manera categórica, tener la
autorización del autor o contar con buenos traductores. Un ejemplo se
encuentra en la “aprobación” que fue dada por Fr. António Martínez, quien
pasa de las habituales loas del autor a elogiar al traductor: “[…] y no ha sido
poca dicha para no descaecer de la viveza original en que fueron
concebidos, al haber pasado por la inteligencia, erudición, y pluma de un
Traductor tan perito, y diestro, que no los defrauda en nada del primor vivo,
y sentido natural, y dedicado, en que fueron formados estos discursos”
(Vieira, 1685, s/p ).
Con todo, antes de que la colección portuguesa fuera publicada, las
ediciones de Antonio Vieira en España, salidas a la luz en torno a 1678, ya
trataban el asunto en concreto, tanto en las aprobaciones dadas por el fraile
Baltasar de Figueiroa como por el doctor don Baltasar Faxardo, quien por
cierto recuerda el papel del traductor en la comprensión de la obra: “Y que si
se debe mucho a quien los trabajó, y predicó, no se debe menos a quien los
ha explicado, y traducido, pues si se quedaran en su Idioma nativo
Portugués, no los gozara universalmente nuestra España” (Vieyra, 1678,
Sermones varios, Aprobación).
Por último, será la breve disertación del traductor Aguilar y Zúñiga la
que nos dará mejores luces sobre las dificultades afrontadas en la labor de
traducir:
Por haber traducido estos sermones de Portugués en Castellano, y
haber dado su lugar a las Escrituras, que se alegaban sin citarlas, en
este, y en el primer tomo; y deducido de ambos los Índices que tienen,
me toca prolongarlos. Danse a la estampa los que han podido
conseguir de originales mendigados. Si alguno es corto, pecó el original
por pereza del Amanuense. Nada le ha cercenado la traducción de su
ponderación, no su viveza. Puso Dios rara en este Ingenio, a que
añadió su estudio, erudición oculta, sin ostentación: Teología acertada,
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y oportuna; explicación de la Escritura genuina, no violenta, aunque
remontada, moralidad perpetua, y eficaz. Enseña a predicar en cada
Sermón, que es idea práctica. Y los documentos en el Sermón de la
Semilla, que da las causas del poco fruto de tantos sembradores. Su
estilo, es fuente pura, y clara que corre, no se exprime. O su natural fue
raro, o grande el Ingenio que convirtió naturaleza en Arte. Parece su
prosa al verso Ovidiano, que se nació artificioso. Sobra la silaba que le
añadieres; falta la que te quitares. Es grande cuanto dice, y lo dice con
voces más pequeñas. Tiene la gracia en el concepto, que nace de
ingenio preñado, que parte a la palabra; no en voces peregrinas,
mendigadas del depósito de nueve lenguas. Es en el común singular,
pues hablando como todos, dice lo que ninguno. Venero le sin envidia,
motivo que he tenido en tomar este trabajo, con queja de otros míos,
por el útil de los Profesores. No es cil de imitar, pero el que más se le
acercare, se llegará más a lo sumo. Así lo siento. Doc. D. Estevan de
Aguilar y Zuñiga. (Vieira, 1678).
Es posible percibir que D. Estevan conocía la crítica de Vieira, pues
de cierta forma le contesta explicando el porqué la traducción “quedó corta”.
Todo su discurso está “asombrado” por el autor y se ve forzado a declarar
sus posibles faltas, tanto invocando el error ajeno como la limitación propia.
Lo más interesante es que afirma tener un texto ampliado con información
que no existía en el original. Delega alguna falta a la “pereza del
amanuense”, recalca el carácter didáctico de la obra, pues cada “sermón
enseña a predicar”, crea el concepto de común singular que caracterizaría
la obra vieiriana para recalcar las dificultades de la traducción pues este es
un estilo que “No es fácil imitar”. En esta afirmación vemos la comprensión
de la traducción como emuladora del estilo original.
Referencias bibliográficas
AGUILAR Y ZUÑIGA, Estevan de. (1678). Sermones varios del Padre
Antonio de Vieira de la C.J. con XXII sermones Nuevos. Madrid:
Gabriel de León.
FAXARDO, Baltazar. (1678) “Aprobación”. Sermones Varios de Padre
Antonio de Vieira de la Compañía de Jesús con XVIII. Sermones
nuevos y dos índices, uno de Doctrina y otro de Lugares e escritura,
tomo tercero. Madrid: Gabriel de León.
FIGUEIROA, Baltazar. (1678) “Aprobación”. Sermones Varios de Padre
Antonio de Vieira de la Compañía de Jesús con XVIII. Sermones
nuevos y dos índices, uno de Doctrina y otro de Lugares e escritura,
tomo tercero. Madrid: Gabriel de León.
GENETTE, Gerard. (2001), Umbrales. México: Siglo XXI editores.
INFANTES, Víctor, “La crítica por decreto y el crítico censor: la literatura en
la burocracia aurea”, en: Bulletin Hispanique, tomo 102, n.°2, 2000.
M. Cándida Ferreira
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pp. 371-380. doi: 10.3406/hispa.2000.5048
http://www.persee.fr/doc/hispa_0007-4640_2000_num_102_2_5048
PO-CHIA HSIA, R. (2010) El mundo de la renovación católica 1540-1770.
trad. Sandra Chaparro Martínez. Madrid: Akal.
VIEIRA, Antonio. (1680). Sermões. Lisboa: Miguel Deslandes, tomo I.