Difusión del conocimiento y traducción científica…
también sirve para ilustrar las partes y funciones del artículo de
investigación (por ejemplo, sobre el varamiento de cetáceos).
Una vez el alumno ya se ha familiarizado con el lenguaje científico y
con los textos habituales de difusión científica (el resumen y el artículo
científico), además de realizar traducciones, trabajamos la segunda fase del
método de trabajo: la creación de textos científicos. Paz (1980: 9) nos dice
que “aprender a hablar es aprender a traducir; […]”. Podemos extraer a
partir de esta afirmación que aprende a escribir es aprender a traducir. El
alumno/el traductor, en cuanto que receptor, recibe un mensaje nuevo y lo
asimila automáticamente en su mente de acuerdo a sus experiencias
previas. Como emisor, en el momento de expresarse, para exteriorizar su
mensaje en la forma adecuada debe hacerlo sobre la base de lo vivido.
Creemos con rotundidad en que el traductor es autor. Para
confirmarlo baste decir, en primer lugar, que es él quien realiza el texto
meta: el autor del texto origen no lleva a cabo el texto meta por lo que no
puede ser su autor, no al menos el autor material, el que decide cómo
expresar significados y sentidos. Es el traductor quien decide cómo
expresar un texto origen, por lo cual no cabe duda de que él sea el autor del
texto meta. Lo es, porque él lo escribe, él lo realiza. Es un autor que
transpiensa (Bravo Utrera, 2004: 15 y ss.), es decir, que piensa en crear un
nuevo texto y, a la vez, en “la necesidad de conservar la originalidad del
mensaje primario” (ibíd.). Recordemos en palabras de Bravo Utrera (2004:
53) qué significa la idea martiana de transpensar: “[…] es ir más allá de la
traducción, atravesar el pensamiento del autor, impensar, penetrar, ir de lo
profundo a lo evidente contenido en la sustancia lingüística”.
Al ser es autor, el alumno/traductor debe saber escribir, y muy bien.
Para Gottsched (en Vega, 2004: 181), “las traducciones representan […] el
más provechoso ejercicio en el escribir”. Traducir obliga a formarse en su
propia lengua, porque, como les sucede a todos los autores, la lengua es el
primordial instrumento de trabajo del traductor. De hecho, la traducción se
hace real, cuando se expresa (se escribe) en la lengua meta aquello que el
traductor leyó, comprendió e interpretó en el texto origen, lo cual,
entendemos, siempre se procurará formular lo mejor posible (no resulta
creíble ni posible pensar que, conscientemente, no se pretenda traducir
bien). Dado que para esa formulación se utiliza la lengua meta, ésta debe
ser un instrumento útil para esa labor, y para que sea útil, hay que saber
cómo manejarla; de lo contrario, se podría convertir en un escollo o en un
impedimento que anulase el desarrollo y la culminación del proceso de
traducción, pues de nada sirve comprender perfectamente la lengua origen
si, luego, surgen problemas que no se saben resolver en la expresión en la
lengua meta.