La imagen de Andalucía y Sevilla en Charlie Chaplin´s Burlesque on Carmen
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fama del cineasta llegaba a todos los ámbitos, por lo que al incluir el concepto de parodia invitaba
al público intelectual, ese que conocía a la perfección tanto la obra original como las versiones
cinematográficas, a disfrutar más allá de los gags.
Al tratarse de un fenómeno de masas que conseguía a un público más amplio e internacional
que DeMille y Walsh, la imagen de Sevilla y Andalucía que ofreciera en su película alcanzaría una
mayor ratio y, quizás, una mayor credibilidad, más allá de tratarse de una parodia. En cuanto a su
recepción en España, donde fue estrenada en 1918, no se conservan expedientes en el Archivo
Histórico Nacional ni en la Filmoteca Española que pudieran ayudarnos a estudiar su recepción.
Chaplin muestra una Sevilla ficticia pero, a diferencia de la interpretación totalmente
romántica de DeMille, se ampara en la parodia y en su propia concepción de la comedia. De este
modo, utiliza el mito para criticar ciertas cuestiones sociales, haciéndolo de alguna forma más
real. No en vano, nos encontramos en la etapa inicial de desarrollo del personaje de Charlot que,
si bien no aparece en esta película, presta a Darn Hosiery todos los atributos de su mundo, un
mundo que estaba dando sus primeros pasos hacia la realidad.
Así, a través del mundo de Charlot-Darn Hosiery, conformado por Carmen, como la chica
cuyo amor persigue el protagonista; Escamillo, como el gigante con el que debe competir por él;
la calle, como el camino por donde huye y busca a la vez su destino; y el mundo, Sevilla, que se
enzarza contra él a través de piedras, arañas, ventanas engañosas; Chaplin empieza a introducir
la realidad externa. Por un lado, la derivada de su experiencia: la vida en la calle y sus
consecuencias, o la dignidad del diferente, ejemplificada en los contrabandistas y las gitanas. Y
por otro, la de la sociedad: el falso intento de democratización de un cine cada vez más lujoso,
mediante un cine universal que, con pocos medios, es capaz de acercar el arte y la cultura a todos
los rincones y niveles; la falsedad del estrellato de la incipiente industria de Hollywood, cuyos
protagonistas se convertían en productos de consumo; el mito de la mujer fatal en el contexto
del nuevo feminismo, a través de una actriz alejada del prototipo de la vamp, cuya actuación y
carácter desprenden naturalidad y cercanía; o el mito de la Sevilla y la España románticas,
presentando actitudes más cercanas y poniendo en duda la heroicidad de las figuras tipo. Todo
ello lo hace de una forma reconocible y cercana, utilizando el humor como vehículo de la crítica.
Un humor que empezaba a recorrer su largo camino hacia el drama, y lo hacía, precisamente,
parodiándolo.
En cuanto a la imagen de Sevilla -entendida en última instancia como Andalucía- ofrece una
doble perspectiva. Por un lado, la de los personajes, y por otro, la de los decorados. Los primeros
dan una imagen mucho más cercana a la realidad, si bien más a la realidad contemporánea que a
la de la propia diégesis de la historia. El vestuario bebe de la fuente parodiada, pero le da un
aspecto más cercano al nivel de los personajes. A su vez, se asemeja a las imágenes y descripciones
de los pintores españoles del momento, destacando los andaluces, y de entre estos, los sevillanos,
lo cual habla de una realidad mucho más acorde con la idiosincrasia de la ciudad.
Si hay algo que encaja perfectamente con la realidad es el carácter de la Carmen de Edna
Purviance. Alejada de la sensualidad y erotismo de las Geraldine Farrar y Theda Bara, construye
una Carmen graciosa, simpática y alegre, cuyo crimen no está tanto en la maldad como en la
sinvergozonería. Así se observa al comparar las imágenes publicitarias de las tres producciones,
pues mientras las dos primeras muestran mujeres en actitud sensual y sibilina, la de Chaplin es
una Carmen sonriente. Sus gestos son los de una mujer con sus cualidades y sus faltas, una mujer
normal, pero con una mirada que, si mata, es de alegría, como la de la mujer sevillana, como la
que nos regala al final de la película, donde, como buenos andaluces, los protagonistas se ríen de
ellos mismos, y del mundo.
En cuanto a los decorados, se alejan por igual de la imagen romántica y de la Sevilla
contemporánea. La ciudad que propone Chaplin es más cercana al mundo del vagabundo Charlot
que a las descripciones de los viajeros del siglo XIX o la realidad de principios del siglo XX. Todo
está simplificado al extremo. La grandeza de los monumentos sevillanos queda diluida en una
visión de muros encalados con simples puertas y alguna que otra ventana. Tan solo dos detalles
precisan una mirada más profunda y un mayor análisis: los carteles de la taberna, y la omisión de
un romanticismo que, según sus declaraciones, fascinaba al propio Chaplin.