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La introducción, a cargo del editor Pedro Ordóñez Eslava, nos pone en relación con
el marco del arte conceptual y con el concepto de obra abierta aplicado a lo flamenco. En
este momento ya imaginamos que la obra morentiana es abierta y se posiciona contra lo
hermético, desde una creación múltiple que cuestiona lo normativo, cosa que, por cierto, fue
una constante en el artista granadino. De la misma manera que Marcel Duchamp revisó los
límites del arte, aquí se propone abordar el trabajo de Morente como una grieta, como una
frontera, en definitiva: cuestionarse, a partir del cantaor, lo asumido como flamenco. Así, la
introducción precede las líneas de acción del libro.
El primer capítulo, firmado por Ascensión Mazuela-Anguita, trata sobre la cultura
del flamenco en la Granada de Morente niño, según la visita en 1952 del folclorista Alan
Lomax y su asistente Jeanette Bell, con motivo de un estudio sobre música tradicional
española. En ese viaje pasaron cinco días en Granada, donde grabaron 104 piezas de las que
muchas estaban vinculadas al flamenco. Resulta interesante cómo la autora manifiesta la
distinción entre el método y motivación de Lomax frente a otros folcloristas de la época, por
ejemplo, grabó en sitios que no habían sido estudiados antes, caso del barrio de Las
Conejeras, del que documentó, además de la música, las costumbres, alimentación y vida de
los habitantes. Cierra este capítulo una serie de apéndices dedicados a las piezas grabadas y
notas sobre Granada, así como la correspondencia de Lomax con otros colaboradores
granadinos.
Por su parte, Carlos van Tongeren aplica el concepto de genealogía —en sus palabras:
“mirada sobre la historia y la transmisión de los saberes de una época a otra”— en el análisis
de la producción de Morente relacionada con la memoria colectiva de la Guerra Civil y la
dictadura franquista, a partir de la adaptación de la poesía de Miguel Hernández en la década
de 1970, y al tiempo de su vinculación con el círculo universitario. En esa época imperaba el
establishment flamenco, ligado a la pureza propuesta por Antonio Mairena. Van Tongeren nos
habla de cómo algunas composiciones de Morente, caso de Aceituneros (Andaluces de Jaén),
propiciaron una reactivación del sentimiento de lucha obrera andaluza a partir de la
recreación de la poesía de Hernández, y también de la importancia del vínculo pasado-
presente en la obra del cantaor, que generó nuevas propuestas creativas a partir de la memoria
colectiva.
En el capítulo tercero, Iván López Cabello y María Fátima Rodríguez hablan sobre
la poesía de exilio en los cantes de Morente, que se tradujo en una combinación de poesía
culta y popular motivada por el interés e investigación de Morente en la poesía y basada
también en su condición de emigrante andaluz en Madrid. Además de cantar a Miguel
Hernández y García Lorca, Morente entró en contacto con los poetas exiliados del círculo
de Pedro Garfias. Con ello, mantuvo su compromiso político a lo largo de toda su trayectoria.
La relación de Morente con otras artes la aborda Francisco Bethencourt Llobet,
centrándose en el proyecto conjunto de José María Sicilia, Juan Goytisolo y Morente. Las mil
y una noches, celebrado en el Centro Atlántico de Arte Moderno de Las Palmas de Gran
Canaria entre 2005 y 2006, supuso la imbricación de pintura, escenografía, proyecciones y
música. La propuesta surgía del interés constante de Morente en la interrelación de las artes,
dejando claro que se alejaba de la figura ortodoxa de cantaor, ajustándose más a su condición
de artista por encima de todo.
Al hilo de la implicación con otras artes, Pedro Ordóñez Eslava se ocupa en el
capítulo quinto de la participación escénica de Morente en 7.000 gallinas o un cante, de Jesús
Campos García. El análisis de la obra sirve para relacionar flamenco-teatro como algo
emparentado con la verdad, pero también con la ficción, lo cual propicia la duda sobre la
memoria e identidad del flamenco, planteando, pues, que siempre ha sido un arte
vanguardista y abierto a la experimentación.
Norberto Torres Cortés y David Monge García escriben sobre los guitarristas que
trabajaron con Morente, configurando con ello una historiografía de la guitarra flamenca
actual. Porque si Morente revolucionó, fue también por la permanencia de códigos ortodoxos
que mantenían la impronta del género y porque el toque de acompañamiento se iba