Víctor Iniesta Sepúlveda
es un montón de escombros”
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. De los escasos vestigios en pie, el fotógrafo escogió un arco
de medio punto para enmarcar la composición. El umbral en penumbra de una puerta o
zaguán es, de hecho, un recurso frecuente en bastantes fotografías del autor
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. En el centro,
hay un grupo de niños que habría guiado al viajero en la escarpada subida, sorprendidos por
la llegada de este singular forastero. Detrás, en un plano intermedio, se sitúan dos jóvenes
con camisa y corbata, de los cuales uno, con gafas, toma apuntes sobre el terreno. Se trata de
dos maestros que, fascinados por los periplos del fotógrafo, le habían pedido viajar con él en
una de sus salidas: “dos muchachos afables, estudiosos y recién investidos del cargo más
paternal que el Estado puede conceder: maestro nacional […] impulsados por la ilustración
que poseen, quieren saber más, conocer, ver; en fin, correr por los caminos del mundo, y en
particular, por los que se refieren a esta provincia”
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. Por último, al fondo puede verse a un
chico delgado vestido con un peto, una prenda propia de trabajadores rurales e industriales
en aquel tiempo. Es presumible que se trate de Antonio Márquez Macho o uno de los jóvenes
ayudantes de su tienda, que con frecuencia conducían el vehículo de su jefe. En efecto,
Camarillo para sus viajes precisaba de “un buen conductor que nos transporte con la mayor
seguridad”
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.
Por otra parte, fotografió a más personas con las que simpatizaría en sus exploraciones.
Esta serie de retratos representa un pequeño porcentaje de la colección en la actualidad, si
bien consta que bastantes negativos se perdieron
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. En cualquier caso, se interesó por los
rasgos físicos y la psicología de los individuos, como en el caso del retrato de una anciana de
Valfermoso de Tajuña, que llamaría la atención del operador por su avanzada edad (fig. 11).
El atavío negro formado por mandil, blusa, toquilla y pañuelo enfatiza más aún el rostro
ajado, con arrugas que forman profundos surcos, y las manos entrecruzadas, cuya delgadez
resalta el contraste producido por sus venas y falanges. El autor ajustó la profundidad de
campo para difuminar el fondo, con un resultado tan preciso que, mientras la cara permanecía
totalmente nítida, la toca de la cabeza ya quedaba desenfocada. La cámara está perfectamente
alineada con el personaje, con el fin de conseguir una impresión de dignidad y familiaridad
entre la anciana sentada y el espectador, que quedan a la misma altura. La retratada,
probablemente turbada por las atenciones, evita el contacto visual con el fotógrafo, desvía a
un lado la mirada, frunce el ceño y parece iniciar una mueca. Pese a la poca naturalidad en el
posado, esta venerable mujer se ganaría el favor de Camarillo, cuyos retratos son puntuales
y, por tanto, bien seleccionados.
En otras ocasiones escogió a personajes populares del lugar, cuya identidad no quedó
diluida en nombres genéricos como tipo, hombre, aldeano o anciano, sino que especificaba
su nombre, mote o profesión
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. Entre estos, destaca sobremanera el de Lino Bueno (fig. 12),
artífice y propietario de la emblemática Casa de Piedra, en Alcolea del Pinar, una singular
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Camarillo, 1952: 122. En efecto, parecía que el castillo se vendría abajo en poco tiempo, ya que la mayoría de
las cortinas estaban hundidas y restaban pocas partes en pie, según Layna Serrano, 1933b: 30; 1959: 102-103.
La cuestión de la ruina, más allá de una visión romántica, preocupaba al fotógrafo, comprometido con la
preservación del patrimonio. Camarillo, 1947: 100-101.
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En una revista contemporánea dirigida a fotógrafos aficionados se dan algunas directrices para hacer fotos a
través de arcos, con el fin de conseguir contraste de tamaño (perspectiva lineal), de distancia (perspectiva aérea)
y de tonalidad de color. “Del contraste en las fotografías”. En: Revista Kodak, 104, II-1934: 3-5.
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Camarillo, 1952: 119-123.
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Camarillo, 1954: 51. Lo corrobora el testimonio oral del propio Antonio Márquez Macho. Vigil/Almela,
2008: 20m 22s.
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El fondo fotográfico sufrió un estado de abandono entre los sesenta y los ochenta. Se consiguió la devolución
de algunos negativos prestados a particulares, pero otros no se pudieron recuperar. “Las placas que más faltaban
eran retratos de tipos de hombres y mujeres”. Bernal Gutiérrez, 2000: 113-118.
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Así sucede en los retratos del guarda del campo, de Fuencemillán; del tío Diego, de Brihuega; o del tío Quico,
de Santamera, “locuaz lugareño, el cual nos cuenta sucesos como pudiera hacerlo un narrador de oficio de
cuentos e historias orientales”. Camarillo, 1947: 135-144.
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