Daniel Jesús Quesada-Morales
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del Islam, consistente en una danza en la que los participantes (derviches) entran en éxtasis
girando sobre sí al ritmo de cantos, tambores y flautas de caña.
Finalmente, cuando estas asimilaciones están en su punto más elevado, Hayy se ve
obligado a una nueva reflexión, pues, pese a haber alcanzado ya cierta visión de lo divino,
continúa, al mismo tiempo, con una “conciencia de su propia esencia”44 que le impide ser
semejante a Dios. Es aquí donde tras realizar una breve teología negativa, el protagonista cae
en cuenta de que debe olvidarse de todos sus atributos corpóreos, de modo tal que alcance
la extinción definitiva del “yo”45. Es en este punto donde se consuma la efectiva unión con
Dios o, en términos de lo que llevamos diciendo, donde se realiza la aprehensión de lo bello
por parte del sujeto.
Como vemos, la experiencia estética está condicionada por un proceso en el que el sujeto
ha de ejercitarse ascéticamente para alcanzarlo. En este ascenso hay un momento en el que
las potencias sensibles y las imaginativas muestran su impotencia: en efecto, ellas enseñan un
mundo según “las ideas de mucho y poco, de uno y unidad, de pluralidad, de reunión y
separación [que] son todas atributos de los cuerpos”46, un mundo que, no obstante, es
absolutamente diverso del divino. No se trata, así, de si hay o no una facultad que permita
conocer lo bello, tal y como hemos supuesto en (2). El texto de Ibn Tufayl no permite afirmar
este punto; no obstante, hemos mostrado el papel que juegan el resto de potencias del alma
humana: suponen un camino preparatorio, pero necesario, un camino que, cuando llega a su
límite, ha de ser abandonado. El sujeto estético de El filósofo autodidacto requiere de una
educación estricta, que va más allá de la mera mejora del “gusto estético”, sino que implica
todos los niveles de su existencia, ya sea el corporal o el anímico. De ahí que no sea
problemático afirmar que este sujeto es, propiamente, un asceta.
Por otro lado, en la obra de Ibn Tufayl encontramos, no solo esta radical exhortación al
gusto, que va mucho más allá de la propuesta humana anteriormente anotada, sino también,
se puede observar un intento de universalizar el juicio estético, en el sentido kantiano ya
aludido. Esta idea, que analizaremos a continuación, permitirá ofrecer un resquicio, una
puerta abierta a la inefabilidad de la Belleza, cuya marca de identidad también ha sido
adelantada: la analogía.
Para encontrar este vestigio “kantiano” (una categorización exagerada, sin duda, pero muy
útil propedéuticamente), es preciso recurrir a la parte final de la obra, en la que Hayy tiene
un encuentro con dos nuevos personajes, Absal y Salaman47. Ambos son dos amigos que
viven en una isla cercana a la de Hayy, que, según la ambigua descripción de Ibn Tufayl
profesan “una de las religiones verdaderas, derivadas de uno de los antiguos profetas”48. Al
hilo de esto, hay destacar que Absal defiende una interpretación alegórica de los textos
sagrados, así como la vida interior y el retiro y que el segundo, por el contrario, mantiene una
hermenéutica rigorista, literal, así como la vida exterior y social, contrario, por tanto, a una
vida ascética basada en el aislamiento49.
Pues bien, Hayy es llevado a esta nueva isla y, en el momento en que pretende extender
sus conocimientos o, lo que es lo mismo, apelar a la comunidad para valorar sus juicios sobre
lo Divino, en ese momento, solo encuentra el rechazo más absoluto: “más apenas se elevó
un poco sobre el sentido exterior y comenzó a describirles [verdades] contrarias a las que
antes habían entendido, se apartaron de él […], se irritaron contra él”50. Lo importante de
este evento es que permite a Ibn Tufayl justificar no solo el método fundamental utilizado
para la transmisión de la tradición religiosa, sino también, quizás, para justificar la
“oscuridad” de su propia obra, ese “velo” del que antes hablábamos. En efecto, según dice
44 Ibn Tufayl, 2003: 89.
45 Ibn Tufayl, 2003: 94.
46 Ibn Tufayl, 2003: 96.
47 Ibn Tufayl, 2003: 102-104.
48 Ibn Tufayl, 2003: 102.
49 Ibn Tufayl, 2003: 103. Es fácil sacar las implicaciones que esta idea tendría en el mundo contemporáneo.
50 Ibn Tufayl, 2003: 111.