Víctor Jácome Calvache
Iglesia Católica y su intervención en la conformación de la nación ecuatoriana
Los símbolos nacionales y sus significados han sido representados de manera visual,
escrita o sonora. Escudos, himnos, banderas, entre otros, son ejemplos de lo dicho. Las
representaciones, impuestas desde los grupos dominantes, fueron aceptadas por las
sociedades en la medida de su utilidad para generar una identidad colectiva, es decir, para
reconocerse como parte de una nación específica
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.
En la América colonizada por España, durante el periodo 1808 – 1824, acaecieron un
conjunto de hechos relacionados con la emancipación política de las colonias, y que fueron
impulsados, especialmente, por las poblaciones criollas. Finalizadas las guerras
independentistas, empezó un periodo de conformación de los nuevos estados nacionales,
que se extendió durante todo el siglo XIX, y que alcanzaron cierta consolidación entrado el
siglo XX.
En el caso de Ecuador, su conformación estuvo marcada por grupos que se disputaban
la nación, puesto que esta constituía “la principal, si no única, fuente de legitimación del
poder político”
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. Por un lado, se encontraba el movimiento liberal y, por otro, el conservador.
Ambos grupos mantenían y defendían sus diferencias políticas, pero al tratarse de la religión,
pocos se asumían como no católicos. En la disputa por la nación se jugaron muchos intereses
políticos, sociales, económicos y religiosos, todo en el marco de la construcción de la
identidad nacional. Los dominantes, conformados por grupos muy heterogéneos, utilizaron
su poder político y económico para direccionar los discursos y las acciones estatales, y así
garantizar el mantenimiento de su dominación y privilegios
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. Para alcanzar sus objetivos
establecieron varias estrategias, siendo una de estas el valerse de símbolos que los propagaron
como nacionales.
Entre los grupos dominantes se encontraba la Iglesia Católica. La independencia y la
república temprana no le retiraron los privilegios que tenía desde el Antiguo Régimen. Sus
miembros seguían ligados con el poder civil y tenían influencia en los gobiernos de turno.
Como ejemplo, se encuentra el arzobispo de Quito, José Ignacio Checa y Barba, diputado de
la república en 1863 y que mantuvo estrechas relaciones con los gobiernos de Gabriel García
Moreno e Ignacio de Veintimilla (1876-1883). Los liberales no compartían, necesariamente,
las acciones de algunos miembros de la Iglesia y sus pretensiones de influir en la toma de
decisiones sobre el destino de Ecuador. De ahí, el rompimiento de las relaciones entre Checa
y Barba, y el presidente Veintimilla. Sin embargo, los distanciamientos entre el poder civil y
la Iglesia, no implicaba que los gobernantes abandonen su fe católica. Uno de los graves
errores de las élites políticas civiles fue considerar que la población, eminentemente católica,
adoptaría su postura sobre esa Iglesia y, manteniendo su religión, los apoyen en su proyecto
de nación
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.
El clero participó de manera activa en la conformación del estado-nación ecuatoriano por
varios motivos: para no perder sus privilegios, mantener poder y dominación, e influenciar
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Tomás Pérez Vejo señala que, a partir del siglo XIX, “la nación constituye la unidad social por excelencia, un
conglomerado complejo de relaciones étnico-político-culturales, de contornos difusos y concreción difícil, pero
sobre el que descansa, básicamente, la imagen que del mundo se hace el hombre europeo posterior al Antiguo
Régimen”. Bajo este sentido, el término nación es posterior a la conformación del estado-nación moderno; sin
embargo, no tenía una connotación sociopolítica, ya que solo desde el siglo XVIII comienza a tener un
significado político y globalizador. Por otro lado, el mismo autor indica que es difícil determinar qué es una
nación y resulta más fácil definir el nacionalismo. Pérez Vejo, 1999: 7-4.
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Ibíd., 7.
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Max Weber define al poder como “la posibilidad de imponer la propia voluntad sobre conducta ajena”. Con
respecto a la dominación señala: “un estado de cosas por el cual una voluntad manifiesta (“mandato”) del
“dominador” o de los “dominadores” influye sobre los actos de otros (del “dominado” o de los “dominados”),
de tal suerte que en un grado socialmente relevante estos actos tienen lugar como si los dominados hubieran
adoptado por sí mismos y como máxima de su obrar el contenido del mandato (“obediencia”). Weber, 1999:
696, 699.
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Ayala, 1996.
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