Marta Criado Enguix
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partidas más extensas y detalladas en los inventarios. Ingresaban al matrimonio y, al igual que
las prendas de vestir, ocupaban un rubro importante en las hijuelas de los testamentos, cartas
dotales, de capital o inventarios. De este modo, determinar las tipologías que habitaban los
interiores de la vivienda del siglo XVIII es una tarea de gran complejidad por la falta de datos
descriptivos de los documentos consultados. Además, no siempre se incluye con integridad
la totalidad de los objetos, ya sea por ocultación o por el nulo valor para los fines del
documento. Por otro lado, estos documentos, por su naturaleza, han sido objeto de
desaparición, inaccesibilidad o deterioro, aspecto extensible y también predicable a otros
ámbitos de la cultura material. En esta línea, se añade el exiguo conocimiento artístico de los
notarios, lo que hace que las descripciones resulten limitadas, proporcionando una imagen
sesgada e incompleta de las piezas. Todo ello junto a los cambios en el léxico ha dificultado
aún más el avance de la investigación, dificultando así una identificación del objeto mueble.
A pesar de las numerosas limitaciones, los documentos ofrecen cuantiosos parámetros
analizables; uno de las más relevantes alude al tamaño con sencillas alusiones a “grande”,
“mediano” o “pequeño”. El 86% de los registrados confirma un “mediano” tamaño frente a
los de mayor o menor volumen reservados a escaparates o escritorios. Un segundo aspecto
se refiere al estado de las piezas: “nuevo”, “envejecido” o “buen estado” y, por último, al
material, siendo predominante la madera (caoba, pino, nogal, ébano), con decoraciones,
añadidos, incrustaciones, acabados, lacados o charolados. Según la funcionalidad se
distinguen los de apoyo y soporte: mesas, escaparates, vitrinas, escritorios o bufetes; los de
asiento: sillas, silletas, taburetes, bancos o tarimas; los de contener: arcas, arquetas, arquitas, cajas,
arcones, baúles, cofres y armarios, y los decorativos: espejos, cornucopias, cuadros, lienzos y
láminas.
Para la investigación, se ha cometido un trabajo de campo que abarca la consulta
documental de unos 300 legajos entre los que destacan inventarios de bienes, testamentos y
cartas dotales, cuantificados y reinterpretados para la elaboración de nuestra hipótesis, con
el objetivo de poder presentar un esbozo orientativo sobre la clasificación de la mesa
doméstica por tipologías. Del conjunto se han recogido unas 415 mesas de distintos tamaños,
variantes y formas y, aunque su función principal era servir de soporte (comer, escribir o
trabajar), también adoptaba otras competencias de exposición, carácter decorativo o
meramente auxiliar.
Según el Diccionario de Autoridades, se define como “una tabla grande y lisa de madera u
otra materia, con pies de sujeción sobre los que poner las viandas para comer u otras tareas”
.
La mesa pues, se considera una de las piezas básicas en la Historia del mueble cuyo origen se
remonta a la época antigua llegando a nosotros en multitud de variedades.
En la Edad Media, el modelo más repetido era la desmontable formada por un tablero
alargado y estrecho sobre un juego de anillos tapados y disimulados por tejidos.
En el Renacimiento se implantó la mesa con un sentido más “fijo”, patas de balaustre en
el ámbito italiano o columnas acanaladas en Francia. En Inglaterra, la mesa desmontable
evolucionó al refectorio, modelo con patas unidas mediante una zapata central. Mientras que,
en el caso español, permanecieron las técnicas constructivas medievales de fácil montaje