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preventive», en «perimetrali esempi» (p. 10) de su tratado. La atención a las relaciones entre
comitentes, artistas y espectadores, además de la necesidad de conectar los contextos de
producción, realización y disfrute, son aspectos que se conjugan en el texto, respondiendo al
deseo de transmitir una lectura global del acontecimiento teatral y a la convicción (compartida
con Siro Ferrone) de que el espectáculo es el resultado de una conciliación de todas las
fuerzas alineadas en un espacio y un tiempo determinados. Este es el credo que el autor
condensa en las páginas de su libro, convirtiéndolo en una especie de manifiesto, no privado,
de vis polémica contra el «presentismo» (p. 44) y los gender studies usados por parte de cierta
historiografía puesta de moda.
Éste es el equipaje metodológico que Mazzoni se propuso ofrecer al lector antes de
conducirlo y hacerle transitar por el tiempo y el espacio de historias que dialogan con la
Historia, por los microacontecimientos que hay que entrelazar con los grandes
acontecimientos dinásticos, por “periferias” indisolublemente entretejidas con los mayores
centros de diversión y de poder de la vieja Europa. La pasión por la microhistoria sostiene la
consciente elección y narración del autor, alineando los viajes de los grandes intérpretes de
la política y del espectáculo en el tablero internacional con los peregrinajes, no menos
importantes, del tabaco y del chocolate intercambiados con gran satisfacción entre Carlo
Broschi llamado Farinelli (desde Espaňa) y su “gemelo” Metastasio (aposentado en la corte
de Viena, cap. II). A su vez el amor por los detalles, como seňal de presencia divina, postulado
en su tiempo por Flaubert, motiva la mención de pormenores aparentemente secundarios -
pero que no lo son- en el desarrollo del relato como los «occhi cerulei» de Maria Luisa
Gabriella de Savoia (p. 58), el insomnio del viajero Giovanni Francesco Gemelli Careri «per
l’ululare dei cani sulle montagne di Trebisonda» (p. 59), las costumbres que conciernen el
almuerzo de los parisinos en los años Ochenta del siglo XVIII en la época de Goldoni (pp.
561-562) o el odio de Elisabetta Farnese, esposa de Felipe V, por la «cucina spagnola» aunque
«godeva di ottimo appetito» (pp. 147-148).
Ante la praxis de la narración ensayística tradicional, Mazzoni evita cualquier tipo de
previsible jerarquización de las informaciones, poniendo en el mismo plano hechos que a
primera vista parecen menores y acontecimientos históricamente cruciales, y relegando las
notas a pie de página a la función casi exclusiva de soporte bibliográfico (por otra parte, rico
y generosísimo). Un modelo elegido de modo consiente para, por un lado, evitar la dispersión
de datos importantes insertándolos en el tejido principal del texto, ofreciéndoles igual
dignidad de lectura; y, por otro, permitir la transformación de las notas al pie de página en
reales repertorios bibliográficos que pueden ser consultados según necesidad, siguiendo el
rastro de guías ilustres pero que han quedado anticuadas, con la exigencia de ser puestas al
día sobre temas y problemas de Teatro, como la publicada por Fabrizio Cruciani y Nicola
Savarese con Garzanti en el lejano 1991.
En modo análogo Stefano Mazzoni vierte en su libro un ideal y enciclopédico cuadro
sinóptico de acontecimientos cronológicamente emparejados pero distantes en el espacio,
entretejiendo este todo en un relato no lineal, a momentos incluso desestabilizador y
ciertamente sorprendente, en el que se acomodan uno junto a otro, sin solución de
continuidad, la actividad de Ferdinando Bibiena en la corte de Carlos III de Hasburgo, la
marcha hacia Inglaterra de Sebastiano Ricci, la entrada de la Virgen de la Impruneta en la
Florencia del enfermo gran príncipe Ferdinando de’ Medici, el triunfo del Rinaldo de Händel
puesto en escena en el Queen’s Theatre de Haymarket en Londres. Y demostrando que, sin
embargo, los hilos que vinculan todos estos acontecimientos, invisibles y nunca explicitados,
existen y están bien sujetos, más allá de la concomitancia cronológica (en el caso específico
el año de gracia 1711): Ferdinando Bibiena y Sebastiano Ricci movieron juntos sus primeros
pasos, en Parma, bajo el mando de Ranuccio II hacia las postrimetrías de los años Ochenta
del siglo XVII; el mismo Ricci, a su vez protegido por el gran príncipe Ferdinando, trabajó
con el sobrino Marco en Haymarquet, siendo en aquel teatro muchas veces escenógrafo a
principios del segundo decenio del nuevo siglo.