José Peinado Guzmán e Isaac Palomino Ruíz
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Introducción.
En el mes de febrero de 1609, a instancias del prelado don Pedro de Castro Cabeza
de Vaca y Quiñones, se colocaría la primera piedra de la abadía del Sacro Monte a las afueras
de la ciudad de Granada. En el monte Valparaíso del antiguo reino nazarí se erigía de este
modo un amplio complejo compuesto por la citada abadía, su iglesia y el colegio-seminario
bajo la advocación de San Dionisio Areopagita
1
.
Toda aquella construcción suponía una conmemoración de los famosos
descubrimientos que se empezaron a producir a partir de 1595. Desde esa fecha hasta 1599,
fueron apareciendo los conocidos libros plúmbeos, un total de veintidós, en los que se
narraban una serie de contenidos doctrinales, a modo de revelación divina, como si de un
quinto evangelio se tratase. En los mismos se exponía una visión sincrética entre el
cristianismo y el islam, en un contexto complicado para los musulmanes, toda vez que
recientemente había acontecido la Guerra de las Alpujarras. La intencionalidad de aquellos
libros era coadyuvar a una convivencia pacífica entre ambos credos. Parece ser que los
mismos fueron escritos por moriscos de alto rango social, concretamente se cree que serían
Miguel de Luna y Álvaro del Castillo. Finalmente, todos estos documentos serían
condenados por la Santa Sede en 1682.
Así pues, a partir de toda esta historia, el arzobispo don Pedro de Castro, principal
adalid y defensor de los libros plúmbeos y de sus contenidos, creará la institución
sacromontana. La abadía del Sacro Monte, con el paso de los siglos, terminará por convertirse
en un centro neurálgico no solamente religioso, sino también académico y cultural. Es en
este último aspecto donde nos vamos a centrar en este artículo. Concretamente valoraremos
su dimensión artística y, dentro de ella, el importante patrimonio escultórico que alberga en
su interior.
De este modo, una vez vistos estos prolegómenos, sin mayores dilaciones, pasaremos
a analizar una serie de piezas desconocidas hasta ahora, que componen la ingente herencia
abacial.
Una obra que tradicionalmente se ha atribuido a las gubias de Torcuato Ruiz del Peral,
se contempla en el retablo de la Inmaculada de la iglesia abacial del Sacro Monte
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. Se ha
podido documentar que la escultura, realmente, fue realizada por Pedro Valero entre 1763 y
1765. Como curiosidad, la talla fue pagada con raciones de comida y hogazas de pan.
“Con este motivo se dijo estar ya comenzados los retablos colaterales que se hacian
a costa de la deuocion y limosna de los señores que la ofrecieron, y se confirio sobre las
ymagenes de la Purissima Concepcion y Señor San José, que se auian de colocar en ellos,
para cuio costo no se vian fondos en la Comunidad, y que auiendo hablado con Don
Pedro Valero los señores comisionados para los retablos, se conuenia por su bondad de
Genio a la maior equidad, y aduitrios que juzgasse el Cauildo de quien tomaria lo que se
le diesse, sin poner precio a su trabajo; y se determino que desde luego comienze, y se
le asista diariamente con dos raciones y dos hogazas, lleuando la quenta en la cozina
para regular al fin de todo los correspondientes valores”.
“Y se determino, se le den diariamente las dos hogazas y dos raciones diarias, que se
dieron mas de un año a Don Pedro Valero a quien se encargaron las dos ymagenes de
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Como bibliografía básica acerca del Sacro Monte extraemos, según criterio cronológico, la siguiente:
Centurión, s/f; 1632; Serna Cantoral, 1706; Ramos, 1883; Royo Campos, 1951; 1954; 1958; 1960. Pita Andrade,
1974; Cabanelas, 1965; 1974: 34-40; Sánchez-Mesa Martín, 1974: 53-61; Hagerty, 1980; Bonet Correa, 1981: 43-
54; Bermúdez de Pedraza, 1989; Caro Baroja, 1992; Antolínez de Burgos, 1996; Martínez Medina, 1996; 1997:
3-22. Heredia Barnuevo, 1998; Martínez Medina, 1998: 349-379; Barrios Aguilera, 2000: 601-617; Justicia
Segovia, 2000: 645-648; Martínez Medina, 2000: 619-644; 2002: 437-475; 2005: 119-155; Barrios Aguilera, 2006:
17-50; Benítez Sánchez-Blanco, 2006: 217-252; Martínez Medina, 2006: 79-112.
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Gallego y Burín, 1987: 116, nota 172; Sánchez-Mesa Martín, 1974: 55; Martínez Justicia, 1996: 84-86;
Sánchez-Mesa Martín, 1998: 275; León Coloma, 2005: 265; AA. VV. 2006: 279; López-Muñoz, 2008a: 89 y 90-
91; 2008b: 61; López-Guadalupe Muñoz, 2008: 312; Gómez Román, 2008: 356.