Ucoarte. Revista de Teoría e Historia del Arte, 3, 2014, pp.121-125. ISSN: 2255-1905
MONTES RUIZ, Ramón. Mateo Inurria. Córdoba: Ayuntamiento de Córdoba, Fundación
CajaSur, Fundación Provincial de Artes Plásticas Rafael Botí, Junta de Andalucía,
Universidad de Córdoba, 2012. ISBN: 978-84-8154-320-9.
YOLANDA VICTORIA OLMEDO SÁNCHEZ
Universidad de Córdoba
D
La figura de Mateo Inurria Lainosa
(1867-1924) ocupa un lugar de gran
relevancia en el panorama artístico
español contemporáneo. A caballo
entre la segunda mitad de siglo XIX
y el primer cuarto del XX, la
existencia de este artista cordobés
estuvo volcada en la escultura,
creación entorno a la cual giraron
los principales aconteceres de su
vida. Especialista indiscutible de la
obra de Mateo Inurria, el profesor
Ramón Montes Ruiz le ha dedicado
numerosas publicaciones,
aportaciones que ha ido
enriqueciendo con nuevos datos y
documentos. Resultado de toda esa
labor investigadora, el presente
estudio ofrece un completo y
minucioso recorrido biográfico del
prestigioso escultor, ahondando en
su trayectoria artística y en la
evolución que fue experimentando
hasta el final de sus días.
Los seis capítulos que
integran el estudio han sido bien ilustrados con numerosas fotografías. Algunas son del
propio Mateo Inurria, desde su época de juventud hasta los años de madurez; otras nos
ofrecen detalles de enclaves y eventos relacionados con su quehacer artístico (fotografías de
la Escuela Superior de Artes Industriales de Córdoba, de la inauguración de monumentos,
de Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, de recepciones, homenajes,
Yolanda Victoria Olmedo Sánchez
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condecoraciones…). Completan la larga serie de imágenes numerosas fotografías de las
principales obras del escultor, así como de algunos de sus proyectos artísticos y dibujos
realizados en su faceta como restaurador. Se tratan, pues, de documentos de gran valor
histórico, especialmente en el caso de aquellos proyectos que no llegaron a materializarse y
de aquellas obras no conservadas, o bien en paradero desconocido.
El autor comienza su estudio con un capítulo dedicado a los orígenes y a la formación
del artista. En un vivo relato lleno de testimonios nos descubre cómo sus raíces se hallan
lejos de la capital cordobesa, concretamente en Vizcaya y Valencia, de donde procedían sus
padres. Se detiene también a comentar aquellos acontecimientos históricos, así como aquellas
circunstancias que marcaron su destino, siendo especialmente relevante el haber nacido en el
seno de una familia relacionada con el arte. De hecho, su abuelo materno fue el escultor
valenciano José Lainosa Genovés, quien tras viajar por Europa abrió taller en Sevilla. Con él
se formaría su padre, Mateo Inurria Uriarte, un capitán vizcaíno destinado en la capital
hispalense que se había prometido con su hija Vicenta. El joven Mateo entraría como
aprendiz en el taller de Lainosa al quedar separado del ejército, tras negarse a participar en
1854 en un levantamiento militar contra la reina Isabel II. Pocos años después acompañaría
a su futuro suegro a Córdoba, ciudad a donde Lainosa trasladó su taller y su familia. Inurria
Uriarte habría de tener un buen porvenir en la capital cordobesa, desempeñando una intensa
actividad profesional en el ámbito de la construcción, especialmente en la decoración
escultórica, así como en las tareas de cantería.
Tras este interesante proemio, el profesor Montes pasa a centrarse en el propio Mateo
Inurria Lainosa. Ofreciéndonos interesantes aportaciones biográficas, se detiene en comentar
cómo ya desde niño, al tiempo que iba forjándose su personalidad, fue creciendo su interés
por la escultura. Pese a las reticencias de sus padres, conscientes de las dificultades propias
del mundo artístico, su vocación y su empeño ganaron finalmente la batalla. Esto determinó
su ingreso en la Escuela Provincial de Bellas Artes de Córdoba, donde recibiría una
enseñanza academicista, a la que supo revelarse con la educación y el respeto que siempre le
caracterizaron. Pese a la escasez de datos biográficos del artista durante su adolescencia, el
autor ofrece una sustanciosa información sobre sus primeras obras, realizando un exhaustivo
estudio de la única escultura conservada de esta primera etapa formación: Ángel orante (h.
1882), esculpida para la fachada de la capilla del cementerio de la localidad cordobesa de
Montoro.
De gran valor resulta la investigación efectuada sobre su posterior traslado a Madrid
para completar su formación en la Escuela Especial de Pintura, Escultura y Grabado, así
como el minucioso estudio de las obras ejecutadas durante esta etapa, que discurre a lo largo
de la década de los años 80: bustos de personajes históricos como el del Gran Capitán o Séneca;
de temática religiosa, destacando el Ángel de la Fama para el monumento funerario de
“Lagartijo”; o composiciones histórico-alegóricas en las que recreándose en el desnudo,
ahonda en la belleza del cuerpo humano y en su valor erótico. Alegoría de Córdoba o Materia en
triunfo constituyen algunas de estas obras, realizadas en calidad de pensionado por la
Diputación Provincial de Córdoba. Tales composiciones testimonian el aprovechamiento en
sus estudios y los avances que iba adquiriendo en el apasionado mundo escultórico. En esta
misma línea, Un náufrago supuso una valiosísima aportación con la que participaría en la
Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid de 1890. El autor realiza un pormenorizado
análisis de esta obra, subrayando el gran impacto que produjo en la sociedad de la época. La
representación del cuerpo desnudo de un joven, que lucha por su supervivencia agarrado a
un madero, desencadenaría numerosos aplausos y reconocimientos, pero también duras
Reseña : Montes Ruíz, Ramón. Mateo Inurria
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críticas. Motivadas por las envidias que despertó el joven escultor en el ámbito artístico, las
reacciones negativas vinieron a corroborar, más aun, su gran valía.
El segundo capítulo se centra en el período realista del artista, que discurre durante
la última década del ochocientos llegando a alcanzar el comienzo de la nueva centuria. La
vida de Mateo Inurria transcurre durante estos años en Córdoba, lejos del ambiente social y
artístico nacional. Pese a ello, sigue inmerso en su labor artística al tiempo que inicia su labor
docente como catedrático de las enseñanzas de Modelado de la Figura y Dibujo Antiguo en
la Escuela Municipal de Artes y Oficios, de la que llegaría a ser también director. Asimismo,
emprende trabajos de restauración en algunos monumentos de la ciudad: en el santuario de
la Fuensanta y en iglesia de San Pablo. Junto a esta intensa actividad goza del reconocimiento
de sus paisanos, ingresando como socio de número en la Real Academia de Ciencias, Bellas
Letras y Nobles Artes de Córdoba, y siendo admitido también en otra destacada institución
de la ciudad: el Círculo de la Amistad, Liceo Artístico y Literario.
Tal y como indica el profesor Montes, en lo que respecta a su labor escultórica, esta
etapa se halla marcada por la reflexión, adoptando una actitud autodidacta y de búsqueda de
identidad ante su obra. A ello contribuyó el viaje que efectuó a Francia e Italia en 1896, que
le brindó la oportunidad que conocer numerosas obras artísticas de ambos países. De la falta
de homogeneidad temática, de la que también nos habla el autor, se desprende la diversidad
de géneros escultóricos a los que se entrega durante estos años: desde la escultura religiosa
hasta el retrato, pasando por el monumento conmemorativo, tipología en la que habría de
alcanzar gran éxito. A este respecto, por encargo del consistorio municipal, realizaría un
primer proyecto para un monumento al Gran Capitán. Forman parte de esta fecunda etapa
bellas obras como la que dedicara a santa Teresa de Jesús, titulada Vivo sin vivir en ,
actualmente en paradero desconocido; o la escultura de Lucio Anneo Séneca del Museo de
Bellas Artes de Córdoba. Siguiendo por el sendero del realismo, enviaría a la Exposición
Nacional de Bellas Artes de 1899 una obra realizada en yeso: La mina de carbón, interesante
composición de temática social muy en boga en la Europa finisecular. Abierto y receptivo,
pues, a las nuevas corrientes artísticas, asumió un breve modernismo en algunas de sus
creaciones, como el Mausoleo de Emilio Mariscal y López de Mendoza de la iglesia parroquial de
Martos (Jaén), destruido durante la Guerra Civil; o el bello relieve que decora el actual colegio
La Milagrosa de Córdoba.
La transición de Mateo Inurria al idealismo escultórico es abordada en el tercer
capítulo, constituyendo igualmente un período de intensa actividad que transcurre en
Córdoba durante los primeros años del siglo XX. Su reconocimiento iría en continuo
crecimiento, a lo que se suman los contactos con destacados artistas de la época. A este
respecto, el autor dedica un epígrafe al encuentro del artista cordobés con Auguste Rodin,
por mediación del pintor Ignacio Zuloaga, así como a la breve correspondencia que mantuvo
posteriormente con el afamado escultor francés. En cuanto a su labor artística, sin abandonar
totalmente el realismo y las tendencias formalistas expresadas en obras anteriores, Inurria fue
entregándose a creaciones cada vez más depuradas. Se trata de una fructífera etapa en la que
realizó numerosos bustos de destacados cordobeses de la época: el torero Lagartijo o los
políticos Manuel Reina y Antonio Barroso. Ejecutó también obras de carácter más poético
como Lobo de mar, busto conservado en el Museo de Bellas Artes de Córdoba; panteones y
esculturas conmemorativas como la de Lope de Vega o la Alegoría a La Marina, en el
monumento a Alfonso XII, ambos en Madrid; así como un nuevo proyecto para el
monumento al Gran Capitán en Córdoba, del que Ramón Montes nos ofrece un
pormenorizado estudio acompañado de valiosas ilustraciones.
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Paralelamente a su intensa labor creadora Mateo Inurria prosigue su faceta como
restaurador (en esta ocasión en la Mezquita-Catedral de Córdoba), destacando también su
participación en las excavaciones de Medina Azahara y una mayor implicación en la actividad
docente, al ser nombrado director de la recién creada Escuela Superior de Artes Industriales
de Córdoba. Tales acciones se centran en la capital cordobesa a la que abandonaría en breve
ante el creciente prestigio que iba adquiriendo: los encargos artísticos recibidos desde la
capital de España, su ingreso en el Círculo de Bellas Artes y, finalmente, su nombramiento
en 1911 como Profesor de Término en la Escuela de Artes y Oficios de Madrid, marcan el
futuro del artista.
El capítulo cuarto se centra en los primeros años de estancia de Inurria en Madrid,
etapa que discurre entre 1912 y 1916. El autor ahonda en diversos aspectos relacionados con
la vida del escultor cordobés en la capital de España: las distintas ubicaciones de su vivienda
y taller, la intensa vida profesional, los viajes realizados por provincias próximas... Efectúa
también un pormenorizado estudio de las obras que realiza durante estos años entre las que
se cuentan numerosos bustos, algunos femeninos como los dedicados a su esposa María.
Será el mundo de la mujer y, especialmente, el desnudo femenino, la temática que acapare la
atención del artista y en la que vuelque toda su intención renovadora, que extiende igualmente
al monumento conmemorativo, género cultivado por el artista desde su etapa cordobesa.
Cabe recordar el Proyecto de Monumento a Rosalía de Castro, del que Montes Ruiz nos ofrece un
minucioso estudio; diseño que finalmente no llegaría a materializarse al igual que otros, como
el correspondiente al Monumento a Cervantes. De todos ellos recoge una valiosísima aportación
documental, que permite vislumbrar la personal visión de la escultura que el artista desarrolló
en los mismos. Lo mismo cabe decir del interesante estudio que ofrece del tercer proyecto
del Monumento al Gran Capitán para la ciudad de Córdoba, que sería ya el definitivo, realizado
en 1915 e inagurado en 1923.
El quinto capítulo abarca una breve pero intensa etapa que discurre entre 1917 y
1920. Durante estos años el artista siguió trabajando en Madrid, gozando de gran prestigio
en el ámbito artístico español de la época. Prueba de ello será su participación como miembro
del jurado en el concurso de proyectos para el Monumento al doctor Moliner en Valencia, su
participación en la organización de la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1917; su
nombramiento, ese mismo año, como académico correspondiente de la Academia de Bellas
Artes y Ciencias Históricas de Toledo y, especialmente, el recibimiento de la Medalla de
Honor de la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1920. Paralelamente, el incansable artista
sigue trabajando en la realización de interesantes obras dedicadas a políticos de la época como
el bello y ambicioso Monumento a Antonio Barroso y Castillo (inagurado en 1918 en los Jardines
de la Agricultura de Córdoba y desgraciadamente destruido al año siguiente, víctima de unos
actos vandálicos); el Monumento a Juan Muñoz Chaves, inagurado en 1919 en el Paseo de
Cánovas de Cáceres; o el Busto del Presidente Wilson –actualmente en paradero desconocido–,
que presidió la fiesta organizada en el Hotel Palace de Madrid en 1918 para celebrar la
finalización de la Primera Guerra Mundial. Asimismo, el escultor vuelve a recrearse en el
desnudo femenino con la realización en 1920 de dos bellas obras: La Parra y Forma,
conservadas en el Museo de Bellas Artes de Córdoba.
El sexto y último capítulo está dedicado a los últimos años de la vida de Inurria. El
breve período comprendido entre 1921 y 1923 es calificado por Montes Ruiz de plenitud,
dado que el ya consagrado escultor sigue inmerso en una intensa actividad artística, al tiempo
que recibe nuevos reconocimientos. De este modo, el 26 de marzo de 1922 es nombrado
académico de número por la Academia de Bellas Artes de San Fernando. Sus últimas
Reseña : Montes Ruíz, Ramón. Mateo Inurria
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creaciones escultóricas estuvieron dedicadas a los géneros que más fama le dieron: el
monumento conmemorativo y el desnudo femenino. A este respecto, el autor se detiene en
el estudio de interesantes obras como el Monumento a Eduardo Rosales, inagurado a finales de
1922 en el Paseo de Recoletos de Madrid; o en el grupo escultórico de Las tres edades de la
mujer, una creación simbólica de gran belleza que supone el cénit en los logros alcanzados
por el artista en esta temática escultórica. Asimismo, subraya otras creaciones de estos
últimos años, como el grupo Cristo Redentor del Mausoleo de Ángel Vélaz, culminado en 1921.
Conservado en el Cementerio de La Recoleta de Buenos Aires, en este conjunto trabajó junto
con su hermano Agustín –que como arquitecto realizó el mausoleo– y que supuso para el
escultor un claro reconocimiento a nivel internacional.
En las últimas páginas del estudio el autor nos narra con detenimiento los últimos
meses de vida del artista. Nada más empezar 1924, Mateo Inurria se sintió indispuesto como
consecuencia de una angina de pecho. La muerte le sobrevino finalmente el 21 de febrero en
Villa Udia, el nuevo hogar madrileño al que se había trasladado junto con su esposa unos
meses antes. Fue un fallecimiento inesperado, en el momento más álgido de su trayectoria
artística, que provocó una gran conmoción tanto en los ambientes artísticos de Madrid, como
en su Córdoba natal.