Jose Manuel Gomez-Moreno Galera
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Martín García (y me dejo otras muchas aportaciones incluida alguna mía), han aportado
novedades interesantes sobre el tema de las adaptaciones y cambios habidos en la Alhambra,
sobre todo, en época mudéjar y del siglo XVI. Pero entre estas aportaciones recientes y no tan
recientes destacan, en la línea del libro que ahora comentamos, la contribución documental
importantísima de Rafael Domínguez Casas Arte y etiqueta de los Reyes Católicos, Matilde
Casares López “La ciudad de la Alhambra y las obras realizadas en el siglo XVI a la luz de sus
libros de cuentas” y, últimamente, Juan del Darro.
El capítulo cuarto está dedicado a la Cárcel y la Casa de las Armas, espacios que, junto a los
estudiados en el capítulo quinto (los Bienes propios de la Corona, como la herrería, el mesón y
el horno de pan), eran de propiedad regia. Identifica sus emplazamientos y funciones y recoge
diversa información
de sucesos ocurridos con jugosas noticias sobre su funcionamiento y problemática. No es de
extrañar que algunas de las torres de la Alhambra todavía hoy conserven el topónimo de sus
funciones, como son los casos de la Torre de las Prisiones, la Torre de las Armas o Torre de la
Pólvora (antes del Polvorista). También salen a relucir, a través de la rica documentación,
mesones, tabernas, tiendas, carnicería, por supuesto el horno de pan (que servía para cocer los
panes que los propios vecinos preparaban), y todo ese conglomerado de negocios que podemos
encontrar en cualquier ciudad y más concretamente, en este caso, en una ciudadela con vocación
administrativa y militar. De especial interés para mi, por mis precedentes estudios sobre la
cerámica mudéjar en Granada y la Alhambra, aparecen menciones de los hornos de zalear el
barro y calles con los nombres tan significativos como de las ollerías o de las pilas, que debían
ayudarnos a emplazar las alfarerías, de tanta importancia en el abastecimiento de azulejos para
las obras de la Alhambra y en la construcción de templos, palacios y casas del resto de la ciudad
y la Provincia. Aún más, sale a relucir la calidad y color del barro y su procedencia (rojo de los
Mártires o blanco de las cuevas del Rabel), para realizar las diferentes piezas, en este caso de la
vajilla de tipo doméstico.
Muy interesante y lleno de aportaciones novedosas es el capítulo sexto, en que aborda el
estudio de las tiendas, carnicerías, pescaderías, bodegas y tabernas, puesto del aceite, e incluso
de hielo en verano, pastelería que luego pasó a ser estanco o tienda de tabaco (y estamos
hablando de 1680), jabonería, carbonería, botica, maestros de primeras letras, unas tenerías,
amén de uno de los sectores económicamente más potentes como eran los tejedores de seda,
con numerosas casas-talleres y con una ocupación principal de las mujeres en este oficio por
poder realizarlo en sus propias casas. No existía en la Alhambra un mercado unificado, pero por
su entramado de calles se encontraban todos estos establecimientos que permitían el abasto del
barrio. Comenta la autora no sólo la estructura de los establecimientos, sino los aspectos de las
ordenanzas y los equipamientos de estos establecimientos.
En este caso, Esther Galera, que conoce perfectamente por anteriores publicaciones el
entramado comercial de la Granada del siglo XVI, pone en relación la Alhambra con la propia
ciudad en el funcionamiento de esta red comercial y de servicios. Como en capítulos anteriores,
su interés por “lo humano” se hace ver en aportar normas y castigos por saltárselas, como en el
caso de los bodegones y tabernas en que se prohíbe el juego de cualquier tipo y el que los clientes
se detuvieran en ellas más de lo estrictamente necesario para comer y beber bajo multa de diez
ducados, en evitación de la ociosidad, y que debían todos estar cerrados al toque de ánimas. Igual
que ahora. Hablando de tabernas y bodegones, no falta la alusión a la venta y trasiego del vino y
la identificación comercial de la famosa Puerta del Vino con la venta franca de este reconfortante
líquido.
Sigue el capítulo séptimo dedicado a la Plaza de los Aljibes, espacio en la Alhambra lleno de
sugerencias y centrado por el enorme aljibe mandado construir por el primer alcaide de la
Alhambra, don Íñigo López de Mendoza, conde de Tendilla, recién tomada la Alhambra. En el