Como podemos apreciar, en tan sólo unos meses, don Luis Fernández de Córdoba revistió las casas
arzobispales con mensajes alusivos a su linaje, con sus armas representadas en ajuares realizados en materiales
que nos lleva a pensar en su naturaleza, puesto que Córdoba se proclamaba
desde siglos atrás como una de las
ciudades más importantes en la producción del guadamecí o cuero
labrado.
Además de todo este ornato, en sus muros se podían observar numerosas pinturas, entre las que
se diferencian
varios grupos de numerosos retratos, como son 12 pequeños cuadros de emperadores
romanos, 23 de distintos
príncipes, y 24 de pontífices y cardenales de medio cuerpo. Actualmente, se desconoce el paradero de todos estos
lienzos, los cuales quizás fueran sustituidos por la serie de retratos de los arzobispos de Sevilla que actualmente
vemos en el Salón de Santo Tomás, y que según los profesores Valdivieso y Serrera se comenzaron a encargar a
finales del siglo XVII
31
. No obstante, es probable que todos estos conjuntos de retratos proviniesen de Italia,
donde existían talleres de pintores especializados en la realización en serie de estas tipologías. Un ejemplo
verdaderamente significativo lo encontramos en la bottega del pintor romano Francesco Morelli, a cuya muerte
en 1595 se inventaría entre los cuadros que quedan en su taller cerca de ochenta cabezas de hombres ilustres,
cardenales y papas, así como numerosos retratos de emperadores romanos, como Julio César, Octavio o
Vespasiano, entre otros, repetidos en diferentes tamaños. En muchas ocasiones comitentes españoles
adquirieron estas series del taller de Morelli, como el erudito Alonso Chacón o Diego del Castillo, aunque lo más
interesante para nuestro estudio es comprobar que nobles sevillanos también fueron clientes suyos. En este
sentido, encontramos que Fray Fernando de
Santiago, prior general de la Orden de los Mercedarios,
encargó 73 cuadros pequeños con
representaciones de los doctores de la Iglesia, hombres ilustres y santos,
además de una pintura de
Cristo atado a la columna y una representación de la Mujer adúltera
32
.
Continuando con la misma sala, estos cuadros estaban acompañados también de tres retratos de
santos, un
Ecce Homo, y un retrato en marco de un personaje desconocido. Además, se nombran otras dos grandes series
de paisajes diferenciados entre “diez y seis lienços de países a el tiempo” y
“çinco cuadros de países finos con
sus guarniciones doradas y sus marcos dorados”
33
.
De nuevo existe gran dificultad en la identificación e estos últimos lienzos con algunos de los existentes
hoy en el edificio, sobre todo las pinturas de paisajes que pudieron formar parte de la decoración de algún
techo, el cual se reformaría posteriormente. Quizás, pudieron desaparecer en
fecha temprana del palacio,
puesto que las únicas obras de este género que se encuentran actualmente aún en su lugar de origen son
las creadas por Juan de Zamora en 1647, cuando el
cardenal don Agustín de Espínola le encargó, junto con Pablo
Legot y Francisco Herrera la decoración
del salón principal
34
. La gran cantidad de obras enumeradas nos hace
pensar que todas ellas no formaron parte de las acciones de patrocinio llevadas a cabo por don Luis Fernández
de Córdoba, sino que se trataba de programas ornamentales ya existentes a su llegada en 1623. Es el caso de las
pinturas del techo del descrito salón principal, llevado a cabo bajo el mandato del cardenal don
Fernando
Niño de Guevara hacia 1604, ni de la otra estancia contigua.
Entre los muebles que se encontraban en esta sala destacan varias sillas siendo la mejor descrita aquella “en que
andava el Arçobispo de vaqueta negra, clavada con dorada, aforrada con damasco verde y el asiento y respaldar
de terciopelo liso verde con sus colgaduras de oro y tres cortinas del mismo damasco con sus vidrieras y barras
de madera y su guardapolvo de encerado verde”. Junto con las sillas se hallaban varios escabeles de nogal, mesas
de pino “a modo de bufetillos”, bufetes de caoba y cedro, y curiosamente un reloj de pie alto de bronce con su
caja de vaqueta dorada, al que
llamaban “torrecilla”
35
.
31
Valdivieso/ Serrera, 1979: 89.
32
Cavietti/Curti, 2011, 2: 443.
33
ACS, Fondo Capitular, leg. 200, doc. 7B, f.120r.
34
Valdivieso/Serrera, 1979: 8. Como bien apuntan los autores, Juan de Zamora pintó varios episodios bíblicos que
suponen
el mejor ejemplo de pintura de paisaje de la Sevilla de mediados del siglo XVII, Legot el apostolado de cuerpo entero que desde la
orden del cardenal Illundain se encuentran en la iglesia parroquial de San Juan de Aznalfarache, y Herrera cuatro grandes
cuadros desaparecidos tras el expolio napoleónico.
35
ACS, Fondo Capitular, leg. 200, doc. 7B,. 119r-121r.