De esta manera, la sección de arte del libro que comento tiene cuatro capítulos que muestran un
panorama
amplio sobre la historia del arte en México. El primero, que hace las veces de introducción
al estudio del arte es
de Paula Revenga Domínguez y se titula: “Metodologías, interpretaciones y tributos de la historia del arte”; lo
primero que aborda la autora es la definición o definiciones de la
historia del arte como disciplina científica; con
ciertas variantes, todas coinciden en dos aspectos casi obvios, pero de alguna manera también casi olvidados entre
algunos especialistas: la historia del arte
se ocupa, evidentemente de la obra de arte, ése es su objeto de estudio,
pero también es historia, de
manera que hacer historia del arte exige, dice la autora, “además de un análisis
interdisciplinario, un
ejercicio crítico de valoración sin el que no se puede considerar que hacemos historia” y
todo ello se debe, como bien afirma Paula Revenga, a que la obra de arte tiene una condición dual, por una parte
“es un hecho y un documentos histórico con ‘capacidad testimonial’, pero a la vez posee una
‘capacidad
estética’ que la distingue del resto de los objetos producto de la actividad humana”. En pocas palabras, al ser la
historia del arte producto y reflejo de una sociedad determinada en un momento histórico concreto, el
estudio del objeto artístico no puede desligarse de la historia.
Para abordar su objeto de estudio, el historiador del arte se ha servido de varias metodologías, Paula
Revenga hace un recuento de algunas de ellas: el método biográfico, los métodos filológicos,
el método
formalista, el método iconológico, el sociológico, el estructuralista y el semiótico, así como
las teorías de carácter
psicológico. Concluye con una reflexión muy interesante sobre la necesidad de considerar todos esos métodos
como complementarios unos de otros, no como excluyentes entre sí, de manera que afirma: “Nosotros, por el
contrario, preferimos partir de la base de que la historia del arte tiene que buscar el acercamiento más amplio y
enriquecedor posible a las obras, y para ello hace falta una aproximación interdisciplinar que conozca las
diferentes metodologías que los historiadores han accionado, sobre todo desde el siglo XIX. Cualquier
estudio sobre el arte y sus
manifestaciones ha de abordarse con claridad y objetividad, desde distintas vertientes,
valorando el
tiempo y la evolución como elementos constituyentes de la esencia de la historicidad, y teniendo en
cuenta que las ideas estéticas, los principios artísticos, los significados, intereses e intenciones, y las mismas formas,
no constituyen aspectos aislados o preámbulos obligados, sino que forman una trama
en la que se entreteje la obra.”
Yo agregaría que, además, un verdadero investigador también busca e inventa metodologías propias para
acercarse y explicarse las obras de arte que seleccionó como
objeto de estudio.
Esto se puede constatar fácilmente en los capítulos subsecuentes. En orden de aparición, por referirse a
la época prehispánica es el titulado “La vida doméstica en Teotihuacán, una ciudad
excepcional en
Mesoamérica”, escrito por Linda R. Manzanilla; su objetivo central es mostrarnos los
últimos hallazgos
relacionados con las zonas habitacionales de la monumental ciudad de Teotihuacán, pero no
solamente desde el punto de vista arquitectónico y urbanístico, sino
principalmente desde una
perspectiva social que nos muestra el tipo de vida que pudo desarrollarse en ellas. Es un estudio
multidisciplinario donde están presentes varias metodologías como la histórica, la arqueológica y la historia
social, además de los análisis formales de la arquitectura y el
urbanismo.
Aborda dos temas centrales: la traza ortogonal de la ciudad, con sus centros de barrio que
posiblemente fueran las “plazas de tres templos” y la organización de conjuntos habitacionales que
denomina
“multifamiliares”, los cuales consistían —dice la autora—“... de varios cuartos a diversos
niveles dispuestos en
torno a espacios abiertos (patios rituales, patios de servicio, áreas de desecho,
impluvia y tragaluces)...” donde
cada familia tenía su propia cocina-comedor, dormitorio, almacén, pórticos de trabajo, traspatio y patio ritual
donde veneraban al dios patrono particular, “lo cual separa
el ejemplo teotihuacano de la mayor parte de la
sociedades de Mesoamérica”. Compartían, en cambio, los patios rituales que tenían varios patios
secundarios y altares donde llevaban a cabo procesiones en cruz hacia los cuatro puntos cardinales con el
altar como punto central donde
posiblemente depositaran ofrendas.
El tercer capítulo de arte está a cargo de Oscar Flores y Ligia Fernández, quienes nos dan cuenta de “Los
primeros años: 1900-1950. Los inicios de la difusión, investigación y docencia del arte
virreinal”, en el que
encontramos la forma en que los intelectuales de finales del siglo XIX y principios del siglo XX se fueron acercando
al arte y, muy especialmente al arte virreinal mexicano. Consideran,
con acierto, que el estudio de las
manifestaciones artísticas novohispanas se vio favorecido por el
proyecto nacionalista posrevolucionario de
México, pues a través de los valores históricos y artísticos