María del Rosario Castro Castillo
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monumentalidad y linealidad de los restos señalados en superficie
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, aunque el interés
suscitado por esta área tan extensa no pasaba, precisamente, por la conservación del
yacimiento, sino por la utilización del terreno en parcelas agrícolas. Fue al hilo de la segunda
década de siglo cuando, en un ambiente general de interés nacional por la arqueología y
conservación del patrimonio, y tras haberse iniciado en la antigua urbe las excavaciones
sistemáticas del teatro y anfiteatro, los otros dos grandes monumentos de la colonia -en 1910
y 1915, respectivamente-, le llegó el turno al circo.
A la hora de hablar de las intervenciones arqueológicas en la Mérida de principios de siglo
es obligado referirnos al arqueólogo madrileño y director del Museo de Reproducciones
Artísticas José Ramón Mélida Alinari (1856-1933) y al culto y bien relacionado erudito local
Maximiliano Macías Liáñez (1867-1934)
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, que fueron los dos grandes protagonistas de la
recuperación patrimonial emeritense en la primera mitad de la centuria. Sus trabajos de
excavación -junto con las correspondientes memorias- y los procesos de catalogación y
conservación de los restos aparecidos continúan, aún hoy, siendo objeto de referencia en la
arqueología nacional, dada la importancia de sus descubrimientos para el estudio del mundo
romano.
Entre los años 1919 y 1920 sus trabajos para poder iniciar unas excavaciones oficiales que
permitieran la recuperación, estudio y puesta en valor del importante monumento se
materializaron en una serie de laboriosas negociaciones con los propietarios de los terrenos
ocupados por tan vasto yacimiento
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que, a consecuencia de sus enormes
proporciones -propias de un edificio imperial de estas características-, se situaba fuera de la
primitiva muralla romana, junto a una de las principales vías que enlazaban la población con
Corduba (Córdoba) y Toletum (Toledo). Aquí ya podemos apreciar la importancia estratégica
de esta zona dentro de la antigua colonia, pues dicho camino comunicaba, a través de su
encuentro con otros, directamente con el norte y sur de la península
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. Esta decisiva ubicación
hará que, a comienzos del siglo XX, los restos arqueológicos de los que hablamos se
encuentren junto a una vía fundamental para Mérida: la carretera nacional de Madrid-
Badajoz.
Como hemos apuntado, el solar ocupado por el yacimiento pertenecía a varios particulares
que, además, lo estaban explotando en gran parte de su superficie como tierras de labor. Ya
en el siglo XIX, la implantación de la línea férrea junto a la franja occidental del yacimiento
supuso una primera incursión de modernidad en la zona, donde uno de los problemas más
acuciantes durante la primera mitad del posterior siglo XX será el de resolver el modo en el
que la carretera de Madrid podría imbricarse en el entramado urbano. Evidentemente, se
trataba de una cuestión fundamental, dado que dicha vía era una arteria principal de
comunicación en una ciudad que iba creciendo -con el consiguiente aumento del caserío- y
que, además, contaba con un patrimonio importante en dicho espacio urbano
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. Atravesar esa
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El lugar era conocido por los habitantes de aquel momento -y aún en la actualidad- como la zona del
Hipódromo o, incluso, la Carrera del Caballo: Barrera Antón, 1999: 130-137. Caballero Rodríguez, 2008: 357.
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Licenciado más tarde en Filosofía y Letras, especializándose en Historia, se convirtió unos años antes en
Correspondiente de la Real Academia de la Historia: Caballero Rodríguez, 2008: Op. cit., 467-468.
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Tanto las tierras ocupadas propiamente por el yacimiento como los terrenos aledaños en la carretera de
Madrid fueron objeto de desvelos para Mélida y Macías, de cara a emprender la excavación definitiva del circo.
Al encontrarse -además de en explotación- en un lugar para el que se preveía una gran expansión
urbanística -donde, entre otras edificaciones, se proyectaba la construcción cercana de los cuarteles-, sus
propietarios supieron ver la oportunidad e intentaron sacar el máximo partido posible en las negociaciones de
expropiación con el Estado y la compañía ferroviaria. El lector interesado podrá encontrar más información
sobre esas negociaciones en Caballero Rodríguez, 2008: Op. cit., 313-317.
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La situación estratégica de un edificio de espectáculos como este era habitual en las ciudades romanas, que
aprovechaban así la proximidad de caminos importantes a las entradas y salidas de las poblaciones para facilitar
la asistencia del público. Para un estudio más pormenorizado de esta obra, v. Sánchez
Palencia/Montalvo/Gijón, 2001: 75-95. Nogales Basarrate/Álvarez Martínez, 2001: 217-232.
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Además del circo, el inmediato acueducto de Rabo de Buey-San Lázaro también era un monumento
romano a tener en cuenta; la ermita medieval de San Lázaro, sin embargo, no tuvo la suerte de ser considerada